Francisco Gutiérrez Silva es Licenciado en Lingüística y Literatura de la Universidad de Chile y titulado en Pedagogía en Lenguaje y Comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es candidato a Magíster en Literatura en la Universidad de Chile, con una tesis enfocada en la recepción de tragedia en el teatro latinoamericano del siglo XXI. Actualmente ejerce como profesor secundario de Lenguaje y Literatura en la comuna de Maipú, Santiago.

Brenda López Saiz es profesora asistente del Departamento de Literatura de la Universidad de Chile. Su docencia e investigación se centran en la tragedia griega y su recepción en la literatura moderna y contemporánea, con especial énfasis en el drama latinoamericano. Es autora de Nación católica y tradición clásica en obras de Leopoldo Marechal(Corregidor, 2016), y de capítulos de libro y artículos de la especialidad. 

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Tragedia griega y dramaturgas latinoamericanas contemporáneas

Francisco Gutiérrez Silva and Brenda López Saiz

La escena latinoamericana del siglo XXI tiene como una de sus principales fuentes de renovación la escritura de dramaturgas, quienes se han abierto paso paulatinamente en un género literario que ha sido esquivo a las mujeres. Las iniciadoras que comenzaron a producir obras durante la segunda mitad del siglo XX, trazaron el camino para una gran cantidad de autoras que hoy se han tomado los escenarios del continente. Entre su producción, sorprende encontrar un importante número de obras que retoman personajes y/o argumentos de la tragedia griega, lo que gatilla una serie de preguntas: ¿por qué obras nuevas, que se distinguen por introducir la perspectiva de género en el teatro, vuelven a las tragedias griegas? ¿qué van a buscar las dramaturgas del presente en ellas?  ¿es acaso un gesto de confrontación con una cultura que se quiere desechar, o una apropiación del teatro clásico a partir de nuevos diálogos? Las respuestas posibles se relacionan con las dos grandes temáticas que a nuestro juicio son abordadas mediante la recepción: por una parte, problemas socio-políticos relacionados con el ejercicio del poder y la violencia y, por otra, cuestiones asociadas a las experiencias femeninas al interior de los roles y las relaciones de género en sociedades patriarcales.

Foto del montaje de Donde se descomponen las colas de los burros (2008), producido por la compañía Teatro Nexos, bajo la dirección de Vladimir Monje López, con diseño de vestuario y escenografía de Diana Echandía. Fotografía de Juan José Gallego.

En relación con el primer tema, las obras escritas por dramaturgas entroncan con obras latinoamericanas que usaron los textos de la tragedia griega en el siglo XX, y muy en particular Antígona, para abordar temas como la identidad nacional, las injusticias sociales y la experiencia de la represión y violación de derechos humanos por parte de regímenes dictatoriales. En algunas obras, como Antígona ¡no! (2003), de Yamila Grandi, la obra de Sófocles es retomada para abordar la ausencia de justicia y reparación tras la dictadura en Argentina. Otras obras, en cambio, retoman aspectos de Antígona para plantearse ante la violencia machista, y ante aquella involucrada en los fenómenos de las guerrillas y el narcotráfico. El conflicto y las figuras de Sófocles son entonces apropiadas para representar la búsqueda de cuerpos de familiares desaparecidos en circunstancias de violencia social extrema. En las obras, son las mujeres quienes ejercen resistencia ante la falta de respuestas de la institucionalidad y ante la aquiescencia pasiva de gran parte de la sociedad. Lo hacen al mantener  viva la memoria y la reivindicación de justicia: “Nombrarlos a todos para decir, este cuerpo podría ser el mío. Podría ser de uno de los míos. Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre son nuestros cuerpos perdidos”, dice la voz dramática de Antígona Gónzález (2012), de Sara Uribe.

Fotografías de los desaparecidos en Ayotnizapa, México, exhibidas el 30 de agosto de 2017, día internacional de las víctimas de desapariciones forzadas. Wikicommons.

Lo hacen también al abordar el problema desde la consciencia y la solidaridad de género, como en Donde se descomponen las colas de los burros (2008), de Carolina Vivas, en que una madre busca el cuerpo de su hijo, “falso positivo” asesinado por agentes del estado, y luego de encontrarlo e intentar infructuosamente darle sepultura, termina lanzándolo al río para que otra madre que ha vivido lo mismo tenga consuelo al hallarlo. Finalmente, las mujeres son agentes de resistencia a través de la representación del sufrimiento, mediante recursos dramáticos que enfatizan el vínculo afectivo con las víctimas, tales como el apóstrofe al ser ausente y su remembranza desde el dolor y la desesperación, modos expresivos que evocan el lamento trágico femenino en una renovada versión.

En relación con la segunda temática, encontramos la escenificación de problemas como el abuso sexual, la cosificación del cuerpo, la represión del deseo, y el potencial destructivo de los roles, relaciones y estereotipos de género.

Montaje de Casandra Iluminada (2015), con actuación de la autora, Noemí Frenkel. Fotografía de Mariela Verónica Gagliardi.

En Casandra iluminada (2014), de Noemí Frenkel, la profetisa troyana que rechazó al dios Apolo y sufrió por ello la maldición de no ser creída en sus vaticinios, es reelaborada en diálogo con Esquilo para plantear tanto la dificultad de hablar sobre el trauma del abuso sexual como las dudas que se ciernen sobre los testimonios de las víctimas. En las obras Electra despierta (2009); Fedra y otras griegas (2002) y Andrómaca real (2006), de Ximena Escalante; y Little Medea (2006), de Isidora Stevenson, se explora la interrelación entre las identidades de género, el deseo y la violencia al interior de las relaciones amorosas y familiares socialmente normadas y construidas. Finalmente, para cerrar con un último ejemplo de una larga lista, en el Juego de la Gorgona (2020) de Verónica Maldonado el inminente sacrificio de Políxena es reelaborado para denunciar la violencia contra las mujeres y su persistencia en la actualidad. Así, las obras escritas por dramaturgas latinoamericanas en el siglo XXI constituyen un nuevo espacio de diálogo con las tragedias griegas, en el que estas son apropiadas para reflexionar desde una perspectiva de género sobre problemas planteados en ellas, que continúan siendo sugestivos y actuales.